1200 cc, 3 cilindros, 12 válvulas y 70 caballos de potencia. He ahí una de las motorizaciones de gasolina más básica y sencilla del Grupo VAG y que, por su naturaleza humilde y contenida, muchas veces es directamente descartada. Pues bien, tras haber conducido en infinidad de ocasiones un SEAT Ibiza 6L equipado con este motor tanto por ciudad como por carretera y autovía, y habiendo experimentado lo propio en los últimos días a los mandos del nuevo Polo con el mismo "corazón", voy a compartir con vosotros mis impresiones acerca de esta curiosa mecánica tricilíndrica.
De entrada, no hay nada peor que aquel conductor que desconoce lo que lleva entre manos y las posibilidades reales de su coche. Supongo que ningún conductor en su sano juicio optará por una mecánica así esperando recuperaciones fulgurantes, aceleraciones brutales y un comportamiento cuasi deportivo. Y ese es el error; tratar de pedirle peras al olmo y no saber reconocer sus verdaderas virtudes: lo asequible, económico, suave, elástico y fiable del pequeño motor VAG.
Es capaz de mover con soltura ambos vehículos, tanto el español como su primo alemán, siempre y cuando los ocupantes no excedan de dos y el equipaje no vaya más allá de unas mochilas. En este caso, aun funcionando el climatizador, es capaz de empujar noblemente sobre todo de mitad para arriba del cuentavueltas. Lo poco (o mucho, según lo que se le pida) que tiene lo pone decididamente a disposición del conductor haciendo que en las circunstancias antes descritas parezca dar más potencia de la que realmente dicta su ficha. A ello le ayuda, sin duda, una relación relativamente corta de cambios sobre todo en las primeras velocidades, conservando unos consumos más que contenidos. Muy fino (como cualquier gasolina), agradable y suficiente.
¡Ay, amigo! Los verdaderos problemas de asfixia aparecen cuando la autovía se convierte en carretera y hay que pelear de tú a tú en los adelantamientos, vienen los repechos y los puertos... y el coche va ocupado en 4 o 5 plazas y el maletero hasta la bandera. No hace falta ser un erudito para saber que el vehículo se va a mover muy discretamente. Que cualquier atisbo de reprís queda enseguida ensombrecido por una progresión muy leve de la aguja a lo largo de la escala de velocidad y que cualquier adelantamiento ha de llevarse a cabo en las más rigurosas condiciones de seguridad... y de convicción, porque a veces hay que ponerse en manos de la providencia y confiar en que será suficiente la larga recta cuyo final ni siquiera alcanzas a ver para adelantar al camión que llevas delante. Y esta sensación, kilómetro a kilómetro, es estresante y harto desagradable.
Si bien, he de decir que en el Ibiza 6L el motor estira y resulta menos perezoso que en el Polo actual. Desconozco si es por las nuevas medidas anticontaminantes o de reducción de emisiones... o simplemente es característica de las unidades que he conducido yo.
Sabido todo ésto, ¿qué sentido tendría adquirir un vehículo así? Yo, lo tengo claro. Podría ser en muchos casos el vehículo perfecto. Y lo será para aquellos que valoren la economía, tanto de adquisición como de gasto y mantenimiento. Será el motor perfecto de aquellos que necesiten un coche para uso laboral (traslados al centro de trabajo, lugar de estudios), aquellos que sepan que van a viajar con poco equipaje o en número reducido de ocupantes y, sobre todo, de aquellos que quieran ir del punto A al B con una relación coste/kilómetro inmejorable sin desembolsar lo que supone adquirir un vehículo diesel sin importarles todo lo demás.
Para todo lo demás, si el uso que se busca escapa a todo eso, habrá que ir irremediablemente a una mecánica superior.
Firmado: Eduardo Lázaro